Cameron y el fracking: Sussex versus success

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El debate alrededor del fracking está protagonizando muchos titulares en los últimos meses en España: desde su prohibición en Cantabria en contra del criterio del Ministerio de Industria, Energía y Turismo, hasta las previsiones que llegan y convierten a Estados Unidos en uno de los mayores países productores de petróleo en los próximos años. El fracking lo está cambiando todo: el propio Barack Obama es uno de los máximos defensores de la fractura hidráulica, que ha favorecido una reducción del precio de la energía en Estados Unidos y, especialmente, ha disminuido la dependencia de combustibles fósiles del exterior generando un vuelco en el mapa geopolítico.
Desde comienzos de este siglo, el gas pizarra ha pasado de suponer un insignificante 1% a ser la cuarta parte del gas natural que se consume en Estados Unidos. Cada año se perforan 25.000 nuevos pozos. La producción de hidrocarburos se dispara en un país que ha perfeccionado la fractura hidráulica, una técnica utilizada ya desde pasado el ecuador del siglo XX en Dakota del Norte. Ahora no se ha extendido sólo al resto del país: el mundo entero se preguntaba cómo ha ocurrido el milagro energético norteamericano; el fracking tiene la respuesta pero en Europa las alarmas medioambientales se han activado. Francia y Bulgaria lo han prohibido y otros países también se lo piensan.
No es el caso del Reino Unido, siempre atento a lo que sucede al otro lado del Atlántico. A finales de junio, el British Geological Survey anunciaba que las reservas de gas pizarra o no convencional eran mucho mayores de lo estimado. Este organismo aseguraba que las reservas totales de este tipo de gas oscilan entre los 23 y 65 billones de metros cúbicos; calculando una cifra intermedia y que aproximadamente sólo se puede extraer un 10% de cada bolsa, se estaría hablando de 4 billones de metros cúbicos de gas: un siglo del consumo de España. Al igual que Estados Unidos, explotar estas reservas supondría para el Reino Unido disminuir la dependencia exterior y las importaciones de hidrocarburos: una ventaja económica en cuestión en un contexto internacional de precios del gas a la baja y teniendo en cuenta que el fracking es una técnica costosa que requiere unas inversiones enormes.
“No podemos permitirnos el lujo de prescindir del shale gas”. Ése es el título del artículo que firmaba el primer ministro David Cameron en The Telegrah a mediados de agosto. Una defensa del fracking que Cameron construye sobre la base de tres argumentos: en primer lugar, el premier asegura que el fracking permitirá reducir las facturas de la luz a las familias británicas y también a la industria, clave importante para hacerla más competitiva; también supondría dar un impulso decidido a una industria que crearía miles de empleos (74.000 es la cifra dada por el primer ministro); por último, supondría riqueza para las zonas donde se extraiga el gas, puesto que las comunidades próximas a los pozos recibirán 100.000 libras, además del 1% de los ingresos. Como impulso a la industria, se han recortado a la mitad los impuestos para los primeros ingresos de extracción.
Graves protestas en West Sussex
La reacción de los grupos ecologistas a toda esta declaración de intenciones fue inmediata. David Cameron situó el fracking en el primer plano informativo y los miembros de colectivos ecologistas han intensificado la presión en el lugar adecuado: las perforaciones exploratorias en la localidad de Balcombe, una localidad de menos de 2.000 habitantes a 50 kilómetros de Londres en dirección sur, en la ruta hacia la localidad costera de Brighton. Desde el 25 de julio, dos semanas antes del artículo de Cameron, se había establecido un particular campamento de verano en los alrededores de los pozos que ha cosechado una gran atención mediática. Pozos pertenecientes a Cuadrilla Resources, la empresa que lidera la implantación de la fractura hidráulica en el Reino Unido, y con permisos para perforar el terreno hasta 900 metros en vertical y 250 en horizontal desde hacía tres años.
Las protestas se centraban en la posible contaminación de los acuíferos que implica la técnica. La fractura hidráulica se realiza en pozos que se horadan alcanzando una gran profundidad: consiste en inyectar a gran presión una considerable cantidad de agua con ciertos componentes químicos que consiguen fracturar la roca para dejar escapar los hidrocarburos que mantiene atrapados, imposibles de extraer de otra forma por su impermeabilidad o baja porosidad. Los colectivos ecologistas consideran que los fluidos inyectados pueden filtrarse a los acuíferos y contaminarlos, poniendo en peligro el abastecimiento de agua potable. No hay estudios científicos que demuestren fehacientemente que el fracking sea una técnica contaminante, pero también es cierto que las organizaciones que velan por el medio ambiente aseguran que la contaminación de los acuíferos queda protegida por la confidencialidad que se aplica a los compuestos químicos inyectados. Ahí el debate.
Con enfrentamientos prácticamente diarios entre activistas y la policía desplegada en Balcombe, con varias decenas de detenciones, entre ellas la de Caroline Lucas, diputada del Partido Verde, el acoso protagonizado por más de un millar de activistas paralizó durante varios días las actividades de Cuadrilla Resources. Finalmente, la presión sobre Cuadrilla ha podido con ella. La empresa ha decidido abandonar sus proyectos en West Sussex, sin pedir una prórroga por seis meses para sus actividades de exploración; alegan una posible ambigüedad legal que pueda acarrearles problemas en los tribunales por parte de los opositores al fracking.
Esta momentánea retirada ha supuesto para los ecologistas una pequeña victoria. Pero las intenciones de Cameron quedaron reflejadas en su artículo: «estamos juntos en esto y quiero que todos los sitios de nuestro país disfruten de los beneficios del fracking: tanto el norte como el sur, con independencia del color político» en respuesta indirecta a las palabras del político conservador Lord Howell of Guidford, miembro de la Cámara Alta, que optaba por confinar al fracking a áreas despobladas del norte del país. Las piezas se han colocado en el tablero y la partida ha comenzado. Los activistas no cejarán en su empeño de proteger el medio ambiente; el Gobierno tampoco da síntomas de que vaya a ceder: 20.000 pozos en funcionamiento para 2020 están en sus planes. En juego, el futuro energético del Reino Unido.