Rusia estrecha el cerco sobre los gasoductos ucranianos

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En la actualidad, el 80 % del gas que compra la Unión Europea (UE) a Rusia (el 25 % de todo lo que consume) llega a través de territorio ucraniano.
Con la puesta en marcha del segundo ramal del gasoducto Nord Stream (el primer funciona desde noviembre), Rusia abastecerá el norte de Europa con 55.000 millones de metros cúbicos de gas sin pasar por Ucrania.
A su vez, el South Stream, ideado para unir Rusia con el sur de Europa obviando también Ucrania, podrá bombear hasta 63.000 millones de metros cúbicos.
Con ambas infraestructuras, Rusia podrá transportar a Europa un volumen de gas equivalente al que exporta a través de los gasoductos ucranianos.
Por otro lado, la puesta en marcha de las dos «corrientes», la Norte y la Sur, reducirá considerablemente el valor estratégico pero también monetario de los gasoductos ucranianos, indispensables en la actualidad para el tránsito del gas ruso.
Aunque el Kremlin insiste en que el sistema de transporte ucraniano es insuficiente para la creciente demanda europea, no es menos cierto que otro de sus fines es privar a Ucrania del papel estratégico que desempeña como país de tránsito.
De hecho, si Ucrania deja de ser una pieza clave en las transacciones de gas entre Moscú y los Veintisiete, el precio que ahora paga Kiev por el gas ruso, considerado aún así desorbitado por las autoridades ucranianas, podría elevarse aún más.
Con el South Stream lanzado tras la decisión de Turquía, Moscú cuenta con aún más elementos a su favor para obligar a Ucrania a vender sus gasoductos a Rusia, una viejo anhelo del monopolio estatal de gas ruso Gazprom.
Así se lo han hecho saber una y otra vez a los ucranianos tanto las autoridades rusas como los directivos de Gazprom, a la hora de responder a la exigencia de Kiev para renegociar los precios que paga Ucrania por el gas ruso.
Aunque Rusia señala que uno de sus objetivos es evitar Ucrania como territorio de tránsito para curarse en salud en caso de que estalle una nueva guerra del gas entre Moscú y Kiev como en 2006 y 2009, con el consiguiente corte de los suministros a Europa, otro es estrechar el cerco sobre los gasoductos ucranianos.
Minutos después de conocerse la autorización de Turquía, el presidente de Gazprom, Alexéi Miller, reiteró que la capacidad del nuevo gasoducto dependerá de la disponibilidad de Ucrania para negociar con Rusia: dicho de otra forma, según los analistas, la disposición de Kiev a renunciar a sus propios activos.
Tras la decisión de Turquía, «South Stream está aún más atado a Ucrania», dijo Miller, en unas declaraciones que sólo pueden tener una interpretación si se tiene en cuenta que el gasoducto no pasará por territorio ucraniano: Rusia ajusta la soga sobre el cuello de Kiev para obligarle a vender.
Ucrania, mientras tanto, se ve a sí misma como una pobre e inofensiva doncella atrapada entre dos gigantes, porque mientras Rusia la calienta con su gas a precios astronómicos, Bruselas, su novia más deseada, la presiona para que modernice sus gasoductos pero sin que se le ocurra siquiera su venta a Gazprom.
Europa tiene sus propios intereses, en los que no encaja que el tránsito por Ucrania acabe en manos de los rusos, porque lo que quieren los Veintisiete es reducir su dependencia energética de Rusia.
Ucrania tiene cada vez con menos margen para maniobrar, un poco más alejada de Europa, que aunque engatusa a Kiev con un acuerdo de libre comercio le niega la perspectiva de la plena integración, y un poco más cerca de Rusia, que tiene en sus manos la llave para aliviar la maltrecha economía ucraniana si baja el precio del gas.