La semilla del diablo

La publicación la semana pasada por parte del diario económico “La gaceta de los negocios” de la candidatura de Natalia Fabra a Directora General de Energía, es una piedra de toque a un movimiento de más amplío recorrido y de mayor espectro. Para ello nos tenemos que retroceder a la película de Roman Polanski “La Semilla del Diablo”, un clásico del cine de terror que ha llegado hasta nuestros días casi intacto y que podemos señalar como metáfora de lo que está pasando en la energía.

La película narraba como una conspiración de satanistas hacía que la protagonista (en este caso Mia Farrow) tuviera un hijo engendrado por el diablo: sería el anticristo, el cumplimiento de una profecía que rompía el orden establecido y la venganza contra el orden establecido tras la llegada del mesías. La atmósfera que se cuece ante la protagonista, es de pura claustrofobia, de forma que no hay puerta a la que llame para escapar que no esté relacionada con la secta de satanistas y la red formada es tan intricada y difícil de escudriñar que la sensación de la protagonista es de desamparo. La protagonista acaba resignada por tener a su hijo en esa ceremonia de intereses que le lleva a no controlar sus actos.

Con carácter previo hay que enmarcar dos realidades, caras de la misma moneda, tan graves cada una por separado, como ejemplos de la laxitud en que han devenido las conductas de nuestra Administración. La primera es la relación entre público y privado, puesta de manifiesto con el paso del David Taguas (que fuera mentorizado en su sustitución por el actual Ministro de Industria, Miguel Sebastián al cargo de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno) a la patronal de la construcción SEOPÁN. Por otra parte, no tan conocida, pero igual de lacerante es la ‘desindependización’ operada en los órganos independientes. Y, a primera vista, no resulta tan escandalosa, porque de violarla de continuo parece que se hace más o menos normal que estas relaciones tengan un cierto grado de chalaneo o, más suavemente, de ‘informalidad’ tolerada un poco inconsciente. Elementos sobre los cuáles no cabe sólo la autorregulación (un ejemplo de autorregulación es la omertá o pacto de silencio), lo que cabe la exigencia, regulada y con el mayor cuidado y exquisito escrúpulo.

Por tanto, en el caso del hipotético nombramiento de Natalia Fabra (el periódico lo recoge como una hipótesis), la primera reflexión que hay que realizar es como una minoría (creativa) en este caso, se ha ido colocando en el puesto de control del sector, en pos de las posiciones y la provisión de ideología afirmando sus posiciones de influencia y poder. Todo ello, consecuencia trágica de la carencia de una cantera de profesionales que pueda acometer con cierta perspectiva y cierta mirada la responsabilidad gestora y regulatoria el sector energético, sin ser un ‘hooligan’, un intervencionista o tenga pretensiones de hacer su Real Decreto para pasar a la posteridad. Alguien más o menos homologable occidentalmente. La primera consecuencia de todo ello, es el permanente escándalo en que gravita la energía hace ya varias Administraciones, objetivo a superar que se debería plantear el nuevo Ministro con una cierta altura de miras, sustrayéndose al camino fácil y trillado de actuar por debajo de la mesa.

Y eso nos lleva al meollo de la cuestión, la laxitud con la que se trata la palabra independencia en nuestro país, configurando un excipiente en el que todos los gatos son pardos. Que un consejero en la Comisión Nacional de Energía pueda ir navegando en diferentes configuraciones del organismo por diferentes siglas políticas y sobrevivir con la etiqueta adscrita territorialmente, es un ejemplo. Que la esposa del Secretario General de Energía (regulador principal) tenga un puesto de relevancia dentro de la Comisión Nacional de Energía (regulador independiente) (algo que a nadie le ha causado ninguna extrañeza en todo el tiempo en que Marin estaba en la Oficina Económica, ni ha levantado la voz, por lo que nos da señales del estado del arte. ¿Habrá algún lugar en la Administración en que le perjudique menos su presencia?). Otro ejemplo, son las vinculaciones directas entre el anterior Secretario General de Energía y el actualDirector de Regulación de la CNE. O bien, que la Comisión Nacional de Energía contrate los servicios profesionales de Natalia Fabra y que figure en sus publicaciones en el mismo estadio que profesionales con más de 30 años a sus espaldas en el sector, haciendo que las coberturas de puestos se realicen de forma fuertemnte endogámica. Todo ello nos aboca en el terreno poco elegante de los capicúas, evidentemente ‘contradicción’ in términis a la palabra independencia. Lo que nos obliga a diferenciar lo legal, lo justo, lo responsable, lo estético y lo ético. ¿A esto es a lo que se le llama ‘management’ latino?

Por ello, que se alcanzara el paroxismo de que sea la hija de un Consejero, Directora General de Energía, nos introduce en un túnel que supone dar un paso más en la perversión de la palabra independencia. Separaciones nítidas, ‘murallas chinas’ entre reguladores independientes y regulador principal. Esa es la causa de que determinados modelos de supervisión, no estén contestados y sean respetados, dentro y fuera de nuestras fronteras. Porque el primer problema, el más grave es que ya se haya hecho normal y parezca normal en un contexto dónde no hay políticas, no hay asuntos públicos, hay intereses.

Y, este posicionamiento no tiene que ver con la ideología de Natalia y Jorge Fabra, ni con sus posicionamientos, dónde se pueden ver ideas e inspiraciones coincidentes, sobre el funcionamiento de mercado, con subastas de capacidad crecientes, topes de precio por tecnología y cualquiera artilugio regulatorio complementario para dibujar un mercado fuertemente intervenido, dirigido a la obtención de resultados previamente definidos o que afecten singularmente a distintos tipos de tecnologías.

Es momento de volver a la ortodoxia, a la independencia con mayúsculas y a romper esas relaciones peligrosas (Les liasons dangeroux como escribió Chaderlós de Laclós) y se evite continuar con las tragaderas de la palabra independencia en nuestro país. Para que cada uno haga lo que debe y no llegue el anticristo del mercado. Lo peor que puede pasar tras el ‘affaire’ de Taguas, es que todo se quede en un escándalo momentáneo. Además, habría mas empleo.