Historias de la frivolidad

El titulo del artículo procede de un programa que cobró un éxito importante durante el franquismo. La frivolidad en determinados momentos de nuestra historia supuso una válvula de escape en un régimen (el franquista) dónde todo era muy serio y todo era poco ‘transparente’. Se censuraba por tanto la frivolidad porque atentaba a las buenas costumbres y a la ‘urbanidad’. En el fondo, lo que subyacía era una alteración de un orden existente, mediante la existencia de otra forma de contar una realidad, a través de un punto de vista alternativo.
La palabra frívolo, usada políticamente, puede constituirse en una piedra para el que la recibe. De hecho, este fin de semana un conocido político español dedicaba sus invectivas a la ‘frivolidad’ del partido en el gobierno en el ámbito económico y como el Presidente, en la retórica política, le contestaba espetándole ‘su frivolidad’ de haber participado en la guerra de Irak.
Está claro que cuando las actuaciones en un sector proceden de las decisiones de sus Altos Cargos (véase la LOFAGE), están sujetas al escrutinio público, a conocimiento de las mismas y al análisis, económico, técnico, político y periodístico de sus consecuencias. Tanto sus decisiones, como por el carácter político de su designación y de su procedencia, sus beneficiados, perjudicados, inductores, causantes y sus motivaciones. Y, a veces, es difícil acostumbrarse a reconocer la ‘vis’ política y, por tanto, pública de las mismas, lo que proporciona dimensiones impensadas para quien solía campar a sus anchas o en el terreno de los adocenados. Sólo hay que ver como la realidad mediática puede influir o triturar la negociación de los Presupuestos o lo contrario.
Esto implica que el juego político y mediático entra en liza y los riesgos de que se conozca algo que no se quiere o que se señale al responsable con el dedo, existen para quien lo realiza. Y, el riesgo de que determinadas cuestiones se interpreten, se critiquen, se censuren o se cuestionen, se combate con equilibrio en las propias decisiones, con una comunicación transparente desprovista de intenciones y exposición de ideas (más o menos coherentes). Cuando uno está en uso del poder, puede llegar a entender que sus ideas son las únicas y sus argumentos los mejores. Pero hay más ideas y más argumentos que los de uno mismo y que conviven en el ruedo mediático.
Desde Energía Diario, en el marco de nuestro ideario público, libre y liberal, entendemos que un valor en si mismo para cualquier sector es la transparencia, el conocimiento, la difusión pública de los hechos, en forma accesible para todos. Una sociedad, una economía informada y transparente, que sepa a quien exigir responsabilidades y que conozca los mecanismos que subyacen detrás de las decisiones. En primer lugar de forma que, es posible hacer accesible la realidad del sector energético, desentrañando determinados lenguajes técnicos que hacen que sea ‘un sector opaco’ o que olvidan que lo primero que es un sector es una actividad económica dónde existen accionistas, inversores, mercados, oferta y demanda, etc… Y también poniendo el foco sobre la actualidad de un sector clave desde un angular muy amplio.
Por eso, la consideración de frívolo a la información accesible, al conocimiento de hechos concretos o situaciones de indudable interés periodístico es subjetiva y discutible Desde nuestro punto de vista, por ejemplo, es frívolo todo aquello que puede afectar a la seguridad jurídica de agentes que realizan inversiones a futuro, aquello que puede empeorar las condiciones de nuestros mercados para ser ‘atractivos’ al exterior o el mantenimiento de procedimientos de intervencionismo en el mercado que puedan causar problemas a largo plazo o regular en función de las presiones o intereses concretos. Creemos que las consecuencias de todo ello pueden ser perjudiciales para el funcionamiento de los mercados y de las empresas y para la credibilidad de nuestra economía. O aquellas que envían señales diferentes y contradictorias para la sociedad, como el oprobio que tuvo lugar a lo largo del proceso episódico de reforma del R.D. 436/2004.
Por ello, a nuestro juicio podemos considerar “frívolo”, que se regule una cuestión tres meses después de cerrarla como en el caso del R.D. 661/2007 y la fotovoltaica, que incluso tuvo un intento de modificación por corrección de errores en el BOE (¿para eso se puede llegar a usar este instrumento jurídico?) y su posterior corrección de errores de corrección de errores. Que se anuncie públicamente el compromiso medioambiental del Gobierno, se manden determinados mensajes (en consecuencia) a las empresas, y posteriormente se actúe ‘interpretando’ o distribuyendo las cargas del Plan Nacional de Asignaciones del sector energético por vías imaginativas. Que no se contemple y armonice el papel de los órganos reguladores y órganos colegiados para este sector, provocando su erosión y deterioro institucional. Frívolo es que continúe alimentándose el déficit tarifario y se sea ajeno al comportamiento de los mercados de capitales actual (y de subida de tipos de interés). Frívolo (y probablemente demagógico y electoralista) es que no se modifiquen las tarifas y se apele a la ‘responsabilidad política’. Frívolo puede ser que no esté liquidado el ejercicio 2006 desde el punto de vista de conocer el contenido definitivo de la liquidación y el reconocimiento del déficit final resultante para cada empresa, en una situación de provisionalidad mercantil. Es frívolo el retroceso del mercado liberalizado español de los últimos cuatro años o que se incluya la figura del transportista único en la ultima fase de tramitación parlamentaria, merced al entreguismo denunciado desde múltiples instancias al operador de sistema y de transporte Red Eléctrica, unificado y polivalente, único y monopolista, en un estado de aislamiento y soberbia respecto al sector.
Todas estas “cosas” frívolas, que venimos relatando, incorporan factores relacionados con responsabilidades políticas, administrativas, regulatorias asociadas a personas concretas en el ejercicio de sus cargos y a sus comportamientos. El problema de todo eso es que esas frivolidades tienen consecuencias serias y profundas. Es por eso que la “frivolidad” se mide en función de sus consecuencias (es ese es su termómetro, precisamente), las de la información crítica (en la opinión pública o publicada) o las consecuencias diferentes de las decisiones regulatorias, para un mercado, unas empresas, para el sistema eléctrico o para la energía en general.
En el fondo, en un medio de comunicación especializado como este, sólo recogemos la frivolidad de lo que acontece y la que generan sus protagonistas con sus actuaciones. Y hay que decirlas. Con el dedo.