La energía anquilosada

Puede parecer una contradicción ‘in terminis’, pero no lo es. La ‘energía’
puede estar anquilosada, petrificada, en un estado de inacción que le
impida avanzar hacia un lugar concreto, es decir, lo contrario a su
naturaleza. Resulta difícil recordar un momento de nuestra historia como el actual en que pudiéramos identificar un comportamiento similar de la
Administración del Estado en el sector de energía. Una situación
caracterizada por la ausencia de los requerimientos de los mercados, del
marco que rigen las decisiones económicas en materia de inversión, de la
necesaria estabilidad regulatoria, y de sus mecanismos de funcionamiento de los distintos agentes.

Así, esta semana pasada nos enteramos de que el ‘déficit tarifario’ del
año 2006 se conocerá alrededor del mes de junio, según comunicación del Secretario General de Energía y del Secretario de Estado de Economía, Ignasi Nieto y David Vegara, respectivamente, que de forma reiterada muestran una interesante sintonía. Esto quiere decir que las empresas no podrán determinar sus ingresos correspondientes al ejercicio 2006 en los tres primeros meses del año, tal y como exige la ley, y tal y como esperan los mercados para evaluar los comportamientos empresariales. Por tanto, estamos ante una nueva fórmula de prolongación de incertidumbre.

Haciendo un poco de historia, y en la misma línea, el año pasado ni
siquiera se elaboró el decreto o la orden ministerial para la titulización
del déficit tarifario. Así, fueron las propias compañías eléctricas las
que elaboraron junto con las entidades financieras los contratos que rigen esta operación financiera. A esto se le llama laissez faire.

Uno de los argumentos para aplazar el resultado del déficit tarifario del
2006 es la necesidad de calcular el importe de los derechos de emisión de los gases invernadero para detraerlos de la tarifa total. Pero resulta que en Energía ahora están indecisos sobre el tratamiento a dar a tales derechos de emisión, fruto del decurso de unos acontecimientos que han hecho aflorar múltiples criterios de imputación. Industria elaboró primero (antes del cambio ministerial) un Real Decreto-Ley, después elaboró una propuesta de Orden Ministerial, diferente a la norma inicial, que claramente quería evitar los resultados de la aplicación (a quien beneficiaba y a quien perjudicaba) del Real Decreto. Finalmente, la Comisión Nacional de Energía le devuelve otras dos propuestas diferentes, una aprobada por el Consejo de Administración y otra que es el voto particular de un consejero.

Otro hecho reciente que termina dibujando a unas autoridades energéticas que más parecen estatuas de sal es el comportamiento errático observado en la fijación de la tarifa 2007, en el que Industria y Economía acabaron bailando un rigodón de propuestas, cifras, porcentajes y métodos (algunas verdaderamente esotéricas, como la tarifa federal), hasta que la decisión final se adoptó por criterios estrictamente políticos. Por cierto, el baile acabó cuando la vicepresidenta política decidió retirar el ponche, desenchufar el tocadiscos y apagar paulatinamente las luces.

Todo esto sin hablar de la creciente incertidumbre imperante entre los
inversores financieros por cuestiones como la nueva regulación del régimen especial (las renovables), que también promete alargarse.

¿Qué es lo que tenemos a cambio?. Tenemos una utilización de los mecanismos regulatorios como si se estuviera haciendo política de
rentas, estamos en la tragedia pequeñita de los intereses más cercanos o más lejanos y, lo que es peor, existe, y cada vez se detecta más, una marcada ausencia de liderazgo e iniciativa, imprescindibles para dar los
pasos necesarios por la gran complejidad del escenario actual.

Además, estamos ajenos a todo el debate existente en la Unión Europea, sobre el futuro del suministro energético, del modelo de regulación, del esquema a seguir en materia de inversión futura en capacidad de generación o de las necesidades de reforma del mercado eléctrico para promover la competencia real y un mercado integrado.

A todos aquellos que, una vez leído esto, consideren que lo mejor que se puede hacer es permanecer atónitos observando la foto del desastre, les proponemos que modifiquen su encuadre. Por eso, que nadie se extrañe si se producen sorpresas con los asuntos que están abiertos: la reforma de las renovables, los procesos judiciales que trufan el sectore energético, el enfrentamiento abierto, sin precedentes y de proporciones formidables (y lo que es peor, sin sentido), con la Unión Europea, el comportamiento de las empresas españolas que se internacionalizan o de las empresas extranjeras que quieren participar en nuestros mercados. Atentos.