El intercambio

Probablemente a todo el mundo le ha asaltado la duda de qué tiene que ver el proceso de negociación del Gobierno con los agentes sociales y la reapertura de la decisión del cierre de Garoña. Cándido Méndez, particularmente ocurrente, ha dicho en los medios de comunicación que «el Gobierno ha querido cambiar pensiones por neutrones». El Gobierno, por su parte, ahora niega que alguna vez haya habido esa pretensión de intercambio.
Por otra parte, los medios de comunicación han desvelado que en la propuesta de pacto social del Gobierno enviada a los agentes sociales no figuraba ni la propuesta de ampliación de la vida útil de las centrales nucleares, ni tampoco el caso concreto de Garoña se había incluido en lo que se llama el negro sobre blanco.
Parece, por un lado, razonable, al menos lógico, que en los documentos iniciales (filtrados ayer por «El País«) una cuestión así no estuviera incluida, como también parece lógico que en la dinámica de este proceso de búsqueda de acuerdo se haya ido ampliando progresivamente el ámbito de los temas que se incluyen en el proceso negociador, sobre todo en la medida que las renuncias de las partes parecen ser de más amplio espectro. Y, sobre todo, porque cada vez más, los pactos en negociación aspiran a una reedición de los Pactos de la Moncloa. El hecho es que nadie ha dicho si, con posterioridad al documento inicial, en las conversaciones del proceso de negociación se ha tratado la cuestión nuclear, aunque no hubiera papeles por medio o por dónde había surgido o filtrado esta información (es decir, si tenía intereses dinamitadores).
También tiene todo el sentido el replanteamiento de la cuestión nuclear desde el punto de vista del mix energético, de la industria y el empleo. Un país como el nuestro, que quiere contar con energía limpia, barata y segura, se tiene que replantear el papel de la energía nuclear con menos prejuicios antinucleares, como también se está replanteando en el resto del mundo. En términos de competitividad, lo que se juega es la deslocalización industrial y en términos de tarifas para los ciudadanos.
De hecho, y ya en el caso del eventual cierre de Garoña (y aquellos lugares que han tenido cierres de centrales nucleares lo saben), el empleo directo finalmente no se recupera y los planes de reindustrialización son retórica para tiempos de control de déficit público. Por tanto es una «boutade». Algo que tampoco es soportable sindicalmente. Los adalides del cierre de Garoña, señalan en sus crónicas la cuestión nuclear como «único aspecto en que no ha habido hasta ahora rectificación en la política del Gobierno hasta la fecha» y se uncen al argumentario utilizado en su momento: se trata de un «pequeño impacto» en el mix energético español. Garoña, una de las centrales de Europa más eficientes, vuelve a pender de un hilo.
No obstante, en toda la ceremonia, el Gobierno se ha comportado colocando una vela a Dios y otra al diablo, como si la coordinación y Rubalcaba no existieran. Ateniéndonos a la cronología de las declaraciones oficiales, por un lado, ha dicho que habría que replantearse el período de vida de las centrales nucleares. Luego, por otro, que eso sí, pero que no estaría incluida la reconsideración de la decisión de cierre de Garoña (tan estrambótica y atrabiliaria en su momento, por cierto) y finalmente, con visibles rictus de nerviosismo, ha efectuado el acto de esconder la mano, de forma que se desdice de la filtración-boomerán y afirma que nunca ha estado presente tal cuestión. En medio de todo esto, entra en el proceso de negociación del pacto social, Jesús Caldera, presidente de la Fundación Ideas, uno de los «think tank» con una postura más notoria en el ámbito de la energía (en el sentido de ser contrarios a la prolongación de la vida de las centrales nucleares). Lo que parece evidente es que toda esa descoordinación y la sucesión de filtraciones han servido para aumentar la caja de resonancia antinuclear nuevamente desatando sus demonios familiares y sus contradicciones.
Consecuentemente, varias cosas han quedado claras: la energía nuclear es necesaria para nuestro país, para garantizar un mix energético diversificado, tener respaldo para las energías renovables y para conseguir un suministro limpio, fiable, económicamente eficiente y seguro. La cuestión sobre el cierre de Garoña se ha reabierto se quiera o no. No es entendible que una central que cumple con todos los requisitos técnicos y garantías de seguridad según todos los informes oficiales se cierre por motivos ideológicos. No nos lo podemos permitir social y económicamente, más que nada por la señal que se envía a la sociedad y los mercados. Y todo ello se debe abordar ya sea en la negociación con los agentes sociales, en un pacto político entre partidos, en la Ley de Economía Sostenible o en su ámbito natural, que es la política energética incorporada en la Planificación.
La fórmula del intercambio tal y como se ha expuesto de forma simplificada ha sido burda, torpe y desafortunada, pero el tema, se quiera o no, se ha reabierto.